A pesar de que puedan parecer similares, ser alérgico a la leche y tener intolerancia a la lactosa son dos enfermedades sin ninguna relación entre sí. La alergia a la leche implica una respuesta del cuerpo a la proteína de la leche, mientras que la intolerancia a la lactosa involucra a un carbohidrato presente en los productos lácteos.
Los alimentos se componen de proteína, carbohidrato y grasa. Todos estos son componentes necesarios en la alimentación de una persona. La proteína se encuentra principalmente en los productos lácteos, los huevos, la carne, los frutos secos, el maní (los cacahuates), el pescado, los mariscos y los frijoles; aunque hasta los cereales, las frutas y las verduras contienen una pequeña cantidad de proteína. Cuando alguien presenta una reacción alérgica, casi siempre es debido a la respuesta anómala del sistema inmunitario a una determinada proteína alimenticia.
En la alergia a la leche, el sistema inmunitario identifica como nocivas a ciertas proteínas de la leche. Eso desencadena la producción de inmunoglobulina E, o IgE, que son anticuerpos contra la proteínas. Cuando los anticuerpos IgE entran en contacto con las proteínas, los anticuerpos envían una señal al sistema inmunitario para que libere histamina y otras sustancias químicas del cuerpo. Dichas sustancias químicas hacen que el cuerpo presente la reacción alérgica.
La reacción alérgica de quienes padecen alergia a la leche puede ocurrir después de pocos minutos de consumir la proteína o hasta alrededor de tres horas después. La alergia a la leche puede ocasionar enrojecimiento y comezón en la piel, ronchas, hinchazón, dificultad para respirar, vómito y diarrea. En casos graves, una reacción alérgica puede conducir a un choque anafiláctico, situación mortal en la que desciende la presión arterial y se pierde la conciencia.
La única manera de prevenir una reacción alérgica en las personas que padecen alergia a la leche es evitándola completamente y también a sus proteínas. De ocurrir una reacción alérgica, posiblemente sea necesario administrar una inyección de epinefrina para controlar los síntomas y, en casos graves, prevenir o tratar el choque anafiláctico (anafilaxis).
A diferencia de la alergia a la leche, la intolerancia a la lactosa no implica a las proteínas alimenticias ni al sistema inmunitario, sino que ocurre a consecuencia de un problema con un carbohidrato, la lactosa, presente en la leche y otros productos lácteos.
Cuando uno bebe leche o come productos lácteos, las enzimas intestinales digieren la lactosa para que el cuerpo obtenga energía. En las personas con intolerancia a la lactosa, el organismo carece de una cierta enzima llamada lactasa. Cuando esa persona ingiere productos lácteos, el cuerpo no tiene la facultad de descomponer la lactosa.
Eso conduce a presentar síntomas como diarrea, náusea, cólicos abdominales, distensión abdominal, gases (flatos) y, en raras ocasiones, vómito. Estos síntomas normalmente desaparecen en alrededor de dos o cuatro horas. Los síntomas producidos por la intolerancia a la lactosa pueden ser molestos, pero a diferencia de los de la alergia a la leche, rara vez son peligrosos.
No existe ningún tratamiento que cure la intolerancia a la lactosa, y hasta el momento tampoco hay manera de aumentar la producción corporal de la enzima lactosa. La manera más eficaz de aliviar los síntomas de las personas con intolerancia a la lactosa es eliminando o reduciendo la cantidad de productos lácteos ingeridos. Esas personas también pueden consumir productos lácteos con niveles reducidos de lactosa o que no la contengan.
Las tabletas o gotas de venta libre que contienen la enzima lactosa son provechosas para algunas personas con intolerancia a la lactosa porque les ayuda a digerir los productos lácteos. Sin embargo, estos productos no surten efecto en todos los que padecen intolerancia a la lactosa.
Tomado de Vida y Salud
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